domingo, 14 de octubre de 2012

La vida cotidiana como ejercicio de superación

El principio de toda transformación es la buena voluntad de sentir, tomar en serio, aceptar y permitir los impulsos en los que se revela nuestro interior. Tal transformación atañe siempre al hombre como un total. Una vez se ha comprendido lo que significa tomarse en serio a sí mismo y al prójimo en la unidad y totalidad del sujeto personal, en el trabajo no nos limitamos ya a purificar nuestra vida interior ni a lograr una postura exterior perfecta. Si se ha llegado a la conclusión de que lo físico y lo psíquico son dos modos en los que el sujeto se exterioriza e interioriza siempre simultáneamente, se sabe también que, al corregir lo interior, se transforma igualmente el cuerpo y que, al cambiar éste, se produce al mismo tiempo una transformación interior.
Hay ante todo, dos posturas erróneas que impiden la auto-realización del ser: la tensión y la relajación. El primero expresa el aferramiento a un Yo ajeno a las fuerzas profundas y sólo pendiente de su seguridad. La relajación denota una falta de sensibilidad y responsabilidad frente a la forma que corresponde al espíritu y que representa su extracto.
Del mismo modo que tanto la tensión como la relajación (el "dejarse ir") impiden la curación de una enfermedad, son también obstáculo para la recuperación psíquica del hombre y su auto-realización. Mas quién haya reconocido en qué medida perjudica al fortalecimiento la oscilación entre estos dos estados, no podrá por menos de vencer a estos peligrosos enemigos de la verdadera disposición.
En toda tensión, un exceso de voluntad propia y la incesante observación de un Yo demasiado despierto bloquean aquellas fuerzas que actúan ocultamente, según leyes interiores. Y para que dichas fuerzas puedan trabajar sin estorbo, necesitan una confianza fundamental del hombre en el Ser creador y liberador que existe dentro de él. Toda postura espasmódica, toda violencia es la demostración de una desconfianza frente al Ser divino.
Si se relaja absolutamente, el hombre se deja ir y pierde su forma. Sin embargo, la verdadera disposición del hombre comprende siempre una cierta parte de colaboración libre y responsable, mediante la cual mantiene su forma. De este modo, la justa disposición muestra siempre una enlace entre la pasividad y la colaboración  responsable, en el que se refleja una conciencia formal. A la mayor parte de los hombres les faltan ambas cosas, con lo que carecen de las dos condiciones primordiales para alcanzar la exacta disposición: una permeabilidad pasiva y la forma que corresponde a su interior.

K. G. Dürckheim
Texto extraído del libro "La vida cotidiana como ejercicio de superación moral"
Traducción del alemán por herminia Dauer