Los libros del Antiguo y Nuevo Testamento, los libros de los santos, incluso los libros de los paganos, están rebosantes de ejemplos de hombres piadosos que inmolaron sus vidas, renunciando a sí mismos, por amor a Dios e incluso por su natural virtud.
...Sócrates dice que la virtud hace posibles, fáciles y agradables las cosas imposibles. No olvidemos tampoco aquella espiritual mujer de quien relata el Libro de los Macabeos, que, a pesar de sufrir el horrible tormento de presenciar con sus propios ojos los inhumanos suplicios a que se sometía a sus siete hijos, no perdió su entereza de ánimo y continuamente les exhortaba a que diesen gustosos sus vidas y su dolor por la justicia de Dios.
Para terminar, quiero decir aún dos palabras.
Primero: que un hombre bueno, hijo de Dios, debe avergonzarse sinceramente y con toda el alma si alguna vez le conmueve el dolor. Vemos al mercader que, movido por una pequeña ganancia monetaria, por añadidura incierta, es capaz de alejarse cientos de millas de su país y recorrer fatigosos caminos por la montaña y por el valle, por el desierto y por el mar, caminos infestados de ladrones, de asesinos, sufriendo hambre y sed, sueño y fatiga y otro sinfín de calamidades que, sin embargo, olvida presto ante la perspectiva de una ganancia tan pequeña e incierta. El caballero en combate arriesga sus bienes, su cuerpo, y acaso su alma, por conquistar una pasajera y corta gloria, ¿y tan duro nos parece a nosotros sufrir un poco por Dios y por la salvación eterna?
La segunda cosa que he de decir es lo que sigue: Algunos insensatos afirmarán que son falsas muchas de las aseveraciones que aquí (como en otros lugares) he escrito. A ellos responderé con una expresión de San Agustín en el primer libro de sus Confesiones; dice allí que Dios tiene presente ante sí todo el futuro, aunque falten mil y mil años para realizarse, si es que el mundo ha de durar todo ese tiempo; y todo lo ya ido, todo el pasado aún de mil años, está igualmente presente en El. ¿Qué puedo yo hacer si alguien no lo entiende?
Y dice también el santo en otro lugar que el hombre se ama a sí mismo de un modo tan torpe y descarado que quisiera cegar a los demás para disimular así su propia ceguera. Por lo que a mí respecta, me basta que para Dios y para mí sea verdad todo lo que he dicho y escrito; quien introduce un bastón en el agua cree ver que el bastón está torcido, aunque en realidad esté perfectamente derecho: el engaño se debe a que el agua es más densa que el aire. A pesar del engaño, el bastón en sí está derecho y no torcido, como podrá comprobarlo quien lo mire en la pureza del aire.
Dice San Agustín:
"Quien conoce internamente lo que ninguna visión externa ha podido llevar al alma y lo conoce sin imagen y sin sensibilidad, sabe que esto es verdad. Quién no conoce así se burlará de mí, pero su burla no podrá causarme más daño que la tristeza que me ocasiona su ceguera.
Tales gentes querrán conocer las cosas eternas y las obras divinas,
pero sus corazones están todavía a merced del ayer y del hoy".
Ante todo es preciso saber que el sabio y la sabiduría, el veraz y la verdad, el bueno y la bondad, la justicia y el justo se ven uno en el otro. La bondad no ha sido hecha, ni creada; la bondad no ha nacido, es engendradora y engendra de sí al bueno; y el bueno, en cuanto es bueno, no es hecho ni creado, y sin embargo es, al mismo tiempo, criatura e hijo nacido de la bondad. La bondad se produce y engendra todo lo que ella es en el ser bueno. El saber, el amar y el obrar se vierten al mismo tiempo en lo bueno, y el bueno recibe todo su ser, su saber, su amar y su obrar de lo más íntimo de la bondad y sólo de ella. El bueno y la bondad no son más que una sola bondad, sino que aquél ha sido engendrado y ésta, en cambio, engendra. Y el engendrar de sí, peculiar de la bondad, como el ser engendrado, propio del bueno, no es más que un ser, una vida. Todo lo que pertenece al bueno, lo toma él de la bondad y en la bondad; en ella está, vive y habita él, y en ella se reconoce a sí mismo. Y todo lo que él conoce y ama, lo ama y lo realiza con la bondad y en la bondad, y la bondad con él y en él en cada acción, tal como está escrito y fue dicho por el Hijo: "El Padre, que está y vive en mí, realiza las obras. El Padre obró hasta hoy y yo también obro. Todo lo que es del Padre es mío; todo lo que es mío, es de mi Padre: suyo el dar y mío el recibir".
Meister Eckhart