Proclamar al SER en la existencia humana es el impulso que anima cada vida y cuya realización le da a ésta continuidad, sentido y valor. No se trata únicamente de un "élan" vivificante universal, sino también de la más profunda tarea y aspiración del hombre. Todas las religiones de la tierra veneran en sus atributos divinos la triple unidad del SER. En el cristianismo es la revelación del poder, de la sabiduría y de la bondad de Dios Padre. Nosotros la encontramos en las tres joyas el Budismo:
Bouddha, Dharma (la ley) y Samgha (la comunidad de los discípulos); en los tres distintivos del Shinto: la espada, el espejo y la cadena de piedras preciosas, etc.
Sea lo que sea lo que el hombre ve como más sublime en la imagen de Dios que venera, estará siempre reflejada esta triple unidad que, en momentos de gracia, se percibe en lo más profundo de uno mismo como realidad trascendente. Se trata siempre de la triple unidad sentida dentro de uno mismo como lo más profundo que allí existe. El hombre, en ciertos momentos de gracia, la percibe en sí como la verdad trascendente, la inconcebible plenitud de una fuerza, de un sentido y de un amor supra-naturales, que son inherentes a su Ser esencial, es decir, al modo individual en que el SER está presente en él. Por el cambio que se produce en el nivel y en la modalidad con que el hombre percibe los signos que dan testimonio de la triple unidad del SER -fuerza, sentido y protección-, y por la manera de vivirla y de tomar de ella conciencia en su propio centro, es como se deja ver el progreso del hombre en su devenir persona.
Cuando, bajo uno u otro de los aspectos de esta triple unidad, la VIDA hace presa en el hombre, -ya sea liberación o compromiso, lazo o manumisión, ya le levante o le aplaste- para él siempre es su maestro interior, es decir, su Camino connatural,.
Progresar en el camino exige que la conciencia se haga más amplia, gracias a lo cual el SER penetra y transforma fundamentalmente al hombre por la experiencia creciente de su trascendencia. El umbral decisivo tras el cual puede nacer en el hombre el verdadero centro, el Ser, como su propio centro, es rebasar ese grado de conciencia en que el hombre se halla bajo el dominio del yo natural, cuyo terreno es el conocimiento objetivo, la destreza técnica, los valores y los sistemas de vida paralizantes. Su visión estática se opone a la dinámica del SER y con esa conciencia estrecha, ese yo hace de la vida y del SER un objeto, por lo que el hombre falta a su Ser esencial.
Karlfried Graf Dürckheim
Bouddha, Dharma (la ley) y Samgha (la comunidad de los discípulos); en los tres distintivos del Shinto: la espada, el espejo y la cadena de piedras preciosas, etc.
Sea lo que sea lo que el hombre ve como más sublime en la imagen de Dios que venera, estará siempre reflejada esta triple unidad que, en momentos de gracia, se percibe en lo más profundo de uno mismo como realidad trascendente. Se trata siempre de la triple unidad sentida dentro de uno mismo como lo más profundo que allí existe. El hombre, en ciertos momentos de gracia, la percibe en sí como la verdad trascendente, la inconcebible plenitud de una fuerza, de un sentido y de un amor supra-naturales, que son inherentes a su Ser esencial, es decir, al modo individual en que el SER está presente en él. Por el cambio que se produce en el nivel y en la modalidad con que el hombre percibe los signos que dan testimonio de la triple unidad del SER -fuerza, sentido y protección-, y por la manera de vivirla y de tomar de ella conciencia en su propio centro, es como se deja ver el progreso del hombre en su devenir persona.
Cuando, bajo uno u otro de los aspectos de esta triple unidad, la VIDA hace presa en el hombre, -ya sea liberación o compromiso, lazo o manumisión, ya le levante o le aplaste- para él siempre es su maestro interior, es decir, su Camino connatural,.
Progresar en el camino exige que la conciencia se haga más amplia, gracias a lo cual el SER penetra y transforma fundamentalmente al hombre por la experiencia creciente de su trascendencia. El umbral decisivo tras el cual puede nacer en el hombre el verdadero centro, el Ser, como su propio centro, es rebasar ese grado de conciencia en que el hombre se halla bajo el dominio del yo natural, cuyo terreno es el conocimiento objetivo, la destreza técnica, los valores y los sistemas de vida paralizantes. Su visión estática se opone a la dinámica del SER y con esa conciencia estrecha, ese yo hace de la vida y del SER un objeto, por lo que el hombre falta a su Ser esencial.
Karlfried Graf Dürckheim