viernes, 24 de febrero de 2012

CESARE PAVESE


Un buscador siempre luchará solo en el mundo que le rodea, en el corazón mismo de todas las
complicaciones de la vida. La verdad es la meta.

                                                                                                                       
                                                                                                      Shri Anirvan






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Hay momentos que suelen quedar grabados para siempre en nuestra memoria. Particularmente, siento que uno de esos momentos están directamente relacionados con la lectura de alguna poesía, de algún que otro ensayo filosófico, una novela en particular, quizás algunos cuentos… mis recuerdos favoritos tienen que ver con esos instantes, cuando me sorprendía a mi mismo, casi desesperadamente, buscando un lugar tranquilo, que imaginaba, apartado de todo el mundo. Un lugar donde existían mi libro y yo, leyendo apasionadamente sin ser interrumpido por nadie. Buscar y encontrar ese momento, darme ese espacio para sentarme tranquilamente con mi libro, era fundamental y muy placentero . Sabía de leer y releer, de evocar y revaluar un texto preferido, la mayoría de las veces eran poesías porque con ellas sentía que con una corta lectura, me mostraban de la manera más sintética y precisa, los horrores y las maravillas de la experiencia humana. Había autores que me animaban más que otros a indagar en lo irremediablemente enigmático y misterioso. Cuando resonaba la palabra justa, sentía una liberación, parecía que me sanaba, de repente, el conocer algo me liberaba, la toma de consciencia de un hecho, era igual a la luz, y las tinieblas ya no estaban, desaparecían. Hoy día, sigo con el mismo ejercicio, aunque con excusas para no poder hacerlo tan seguido, quizás válidas. Me resigno. Si no encuentro un lugar para mi retiro, no importa, me veo obligado a leer en condiciones menos ideales, aunque no, menos fructíferas.

Hoy en la biblioteca el ambiente era cálido y más silencioso que en otras oportunidades, así que favorecieron a ciertas asociaciones que se dieron en mí de una forma casi atropellada, que me catapultaron literalmente en la búsqueda de dos poesías de Cesare Pavese, que hace un tiempo que no leía. Siempre vuelvo a Pavese porque siento la impresión de que fue uno de los poetas que con más honestidad retrata la condición humana. Un buscador incansable y un indagador como pocos en la búsqueda de su propio ser.

Comparto estos dos poemas de Pavese, que sigo leyendo con asombro y un interés renovado. Y que siempre, en un momento dado, siento que tocan mi alma.

VENDRÁ LA MUERTE Y TENDRÁ TUS OJOS

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos-
esta muerte que nos acompaña
de la mañana a la noche, insomne,
sorda, como un viejo remordimiento
o un vicio absurdo. Tus ojos
serán una palabra vana,
un grito acallado, un silencio.

Así los ves cada mañana
cuando te inclinas sola ante el espejo,
¡Oh querida esperanza,
también nosotros aquel día
sabremos que eres la vida y la nada!
La muerte tiene una mirada para todos.

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.
Será como abandonar un vicio,
como ver que emerge de nuevo
un rostro muerto en el espejo,
como escuchar un labio cerrado.
Descenderemos al remolino, mudos.



DESPERTAR

Incluso el aire repite que no vuelve aquel día.
La desierta ventana se empapa de frío
y de cielo. De nada sirve volver a abrir la garganta
al hálito antiguo, como quien vuelve a encontrarse
asustado, aunque vivo. Ha acabado la noche
de añoranzas y sueños. Pero aquel día no vuelve.

Vuelve a vivir el aire, con vigor inaudito,
el aire inmóvil y frío. La masa vegetal,
abrazada en el oro del verano ya ido,
asusta a la fuerza joven del cielo.
Con el aliento del aire, se disuelven las formas
del verano y se esfuma el horror de la noche.
En el recuerdo nocturno, el verano era un día
doliente. Para nosotros, desapareció ya aquel día.

Vuelve a vivir el aire y la garganta lo bebe
con la vaga ansiedad de un sabor disfrutado
que no vuelve. Y tampoco regresa
la añoranza nacida esta noche. La angosta ventana
bebe el frío sabor que ha disuelto el verano.
Un vigor nos espera, bajo el cielo desierto.

De la traducción:   Carles José I Solsora


Miguel Fochesatto