La forma en que etiquetamos las cosas es la forma en que esas cosas nos parecen a nosotros. Si a un trozo de tierra le ponemos la etiqueta "China" o "Brasil" o "Estados Unidos", se convierte en una entidad con un pesado equipaje emocional. Cuando etiquetamos algo como bueno, lo vemos así. Y si lo etiquetamos como malo, lo vemos como algo malo. Estamos atrapados con las cosas que nos gustan y las que no, con quién tiene razón y quién no..., como si las etiquetas fueran la realidad definitiva. Sin embargo, la experiencia humana es una experiencia en la que no nos podemos quedar atrapados por nada, nada está definido de una vez por todas. La realidad siempre se está haciendo pedazos. En esa situación tan fugaz, la única cosa que tiene sentido para nosotros es tendernos las manos los unos a los otros.
Según nos vayamos moviendo en la dirección de ver más espacio alrededor de nuestras ideas fijas, de nuestro limitado sentido del yo, de nuestras nociones de lo que está bien y lo que está mal, las etiquetas en las que tanto hemos invertido, las grietas que se abran en nuestra forma convencional de experimentar la vida se harán cada vez más grandes. En ese punto podemos empezar a darnos cuenta de que si queremos cambiar la película de nuestra vida, tendremos que cambiar nuestra mente.
Hay una historia de Ed Brown, el chef zen, que habla de sus primeros días con su maestro, Suzuki Roshi. Ed era el jefe de cocina del Tassajara Zen Mountain Center de California en los años sesenta y se le conocía por su temperamento voluble. Una vez, en un ataque de furia, fue a buscar a su maestro y se quejó del estado de la cocina: la gente no limpiaba bien, hablaba demasiado, estaba distraída y no le hacía caso. Era un caos diario. Suzuki Roshi sencillamente le respondió:
"Ed, si quieres una cocina tranquila, tendrás que tranquilizar tu mente".
Si tu mente es ilimitada y expansiva, te darás cuenta de que estás en un mundo más complaciente, un lugar que siempre es interesante y está vivo. Esa cualidad no es inherente al lugar, sino a tu estado mental. El guerrero está deseando comunicar que todos nosotros tenemos acceso a nuestra bondad básica y que la libertad genuina viene de ir más allá de las etiquetas y proyecciones, más allá de las parcialidades y los prejuicios y de cuidar los unos de los otros.
Pema Chödrön
Según nos vayamos moviendo en la dirección de ver más espacio alrededor de nuestras ideas fijas, de nuestro limitado sentido del yo, de nuestras nociones de lo que está bien y lo que está mal, las etiquetas en las que tanto hemos invertido, las grietas que se abran en nuestra forma convencional de experimentar la vida se harán cada vez más grandes. En ese punto podemos empezar a darnos cuenta de que si queremos cambiar la película de nuestra vida, tendremos que cambiar nuestra mente.
Hay una historia de Ed Brown, el chef zen, que habla de sus primeros días con su maestro, Suzuki Roshi. Ed era el jefe de cocina del Tassajara Zen Mountain Center de California en los años sesenta y se le conocía por su temperamento voluble. Una vez, en un ataque de furia, fue a buscar a su maestro y se quejó del estado de la cocina: la gente no limpiaba bien, hablaba demasiado, estaba distraída y no le hacía caso. Era un caos diario. Suzuki Roshi sencillamente le respondió:
"Ed, si quieres una cocina tranquila, tendrás que tranquilizar tu mente".
Si tu mente es ilimitada y expansiva, te darás cuenta de que estás en un mundo más complaciente, un lugar que siempre es interesante y está vivo. Esa cualidad no es inherente al lugar, sino a tu estado mental. El guerrero está deseando comunicar que todos nosotros tenemos acceso a nuestra bondad básica y que la libertad genuina viene de ir más allá de las etiquetas y proyecciones, más allá de las parcialidades y los prejuicios y de cuidar los unos de los otros.
Pema Chödrön