Es muy usual que, cuando un hombre llega a un trato espiritual íntimo con Dios, se sienta completamente cambiado interiormente. nuestro espíritu sufre una conversión, una metanoia, que reorienta nuestro ser íntegro luego de elevarlo a un nuevo nivel -e incluso pareciera que cambia nuestra naturaleza misma-.
Entonces, la "auto-realización" se convierte en la consciencia de que somos completamente distintos de nuestros egos normales empíricos. Al mismo tiempo, estamos vívidamente conscientes del hecho que este nuevo modo de ser es verdaderamente más "normal" que la existencia ordinaria. Es más "natural" estar "fuera de nosotros mismos" y ser llevados libre, íntegramente hacia el "Otro" -hacia Dios en Sí mismo o hacia otros hombres- que lo que es el estar centrados y encerrados en nosotros mismos. Nos sentimos más verdaderamente humanos cuando nos elevamos al plano de lo divino.
Nos trascendemos a nosotros mismos, nos vemos bajo una nueva luz al perdernos de vista, dejando de vernos para ver a Dios. Así, en un solo acto, efectuamos el doble movimiento de volver a nosotros y salir de nosotros, lo cual nos devuelve al estado paradisíaco para el que fuimos originalmente creados.
Es una lástima que esta metanoia sea tan rara -a menudo completamente desconocida- en la vida de los hombres. En verdad, ningún poder natural, ninguna humana ingenuidad, ningún coraje ni generosidad extremos son suficientes por sí mismos para producir semejante cambio del corazón.
Debe hacerce por obra de Dios, la obra de la gracia. Es un don divino. Pero si este don es raro, no es debido a ninguna mezquindad por parte de un Dios infinitamente liberal. Es debido a nuestro temor, a nuestra ceguera, a nuestra ignorancia, a nuestro odio por el riesgo. Porque, después de todo, para poder efectuar ese salto hacia el exterior debemos querer dejar todo lo que nos pertenece: todos nuestros planes, todas nuestras dudas, todos nuestros juicios. Eso no significa que dejemos de pensar y de actuar, sino que estemos preparados para cualquier cambio que la acción de Dios pueda realizar en nuestras vidas.
De esta prontitud para cambiar depende nuestro destino sobrenatural íntegro. Existen pocos contemplativos verdaderos en el mundo porque hay pocos hombres que puedan perderse por completo a sí mismos, estando enteramente dispuestos a amar. Vale decir, hay pocos que pueden renunciar a sus propios métodos de automantenimiento en el viaje espiritual hacia Dios. Esto equivale a decir que hay muy poca fe, aun entre personas religiosas. Quizá especialmente entre ellas.
Porque cuando un hombre se acerca a Dios y comienza a descubrir que el Señor está oculto en las nubes de una trascendencia infinita e inexorable, comienza a tener miedo del Unico que es completamente Otro.
Thomas Merton
Entonces, la "auto-realización" se convierte en la consciencia de que somos completamente distintos de nuestros egos normales empíricos. Al mismo tiempo, estamos vívidamente conscientes del hecho que este nuevo modo de ser es verdaderamente más "normal" que la existencia ordinaria. Es más "natural" estar "fuera de nosotros mismos" y ser llevados libre, íntegramente hacia el "Otro" -hacia Dios en Sí mismo o hacia otros hombres- que lo que es el estar centrados y encerrados en nosotros mismos. Nos sentimos más verdaderamente humanos cuando nos elevamos al plano de lo divino.
Nos trascendemos a nosotros mismos, nos vemos bajo una nueva luz al perdernos de vista, dejando de vernos para ver a Dios. Así, en un solo acto, efectuamos el doble movimiento de volver a nosotros y salir de nosotros, lo cual nos devuelve al estado paradisíaco para el que fuimos originalmente creados.
Es una lástima que esta metanoia sea tan rara -a menudo completamente desconocida- en la vida de los hombres. En verdad, ningún poder natural, ninguna humana ingenuidad, ningún coraje ni generosidad extremos son suficientes por sí mismos para producir semejante cambio del corazón.
Debe hacerce por obra de Dios, la obra de la gracia. Es un don divino. Pero si este don es raro, no es debido a ninguna mezquindad por parte de un Dios infinitamente liberal. Es debido a nuestro temor, a nuestra ceguera, a nuestra ignorancia, a nuestro odio por el riesgo. Porque, después de todo, para poder efectuar ese salto hacia el exterior debemos querer dejar todo lo que nos pertenece: todos nuestros planes, todas nuestras dudas, todos nuestros juicios. Eso no significa que dejemos de pensar y de actuar, sino que estemos preparados para cualquier cambio que la acción de Dios pueda realizar en nuestras vidas.
De esta prontitud para cambiar depende nuestro destino sobrenatural íntegro. Existen pocos contemplativos verdaderos en el mundo porque hay pocos hombres que puedan perderse por completo a sí mismos, estando enteramente dispuestos a amar. Vale decir, hay pocos que pueden renunciar a sus propios métodos de automantenimiento en el viaje espiritual hacia Dios. Esto equivale a decir que hay muy poca fe, aun entre personas religiosas. Quizá especialmente entre ellas.
Porque cuando un hombre se acerca a Dios y comienza a descubrir que el Señor está oculto en las nubes de una trascendencia infinita e inexorable, comienza a tener miedo del Unico que es completamente Otro.
Thomas Merton