La enseñanza básica del camino espiritual nace de nuestro corazón. Cuando nuestro corazón se convierte en maestro y nos infunde confianza, la nutrición espiritual fluye desde el centro del corazón y libera energías curativas. En ese momento los demás placeres y sensaciones parecen, por comparación, relámpagos fugaces. Es importante, pues, establecer contacto con nuestro corazón y escuchar nuestro silencio interior.
A menudo, sin embargo, nuestro estudio o meditación establece un mero contacto superficial con nuestros pensamientos y sentimientos. No nos aceptamos tal cual somos, sino que pasamos la vida soñando, buscando placeres externos. Estas fantasías nos hipnotizan y nos impiden tocar nuestros sentimientos más interiores, sentimientos que luego se recubren con capas de decepción creadas por nuestras expectativas insatisfechas. Este fantaseo crea un abismo entre la mente y el cuerpo.
La vida parece vacía cuando nuestro corazón está cerrado. Podemos leer libros, pedir consejo a amigos y amantes, o buscar refugio en objetos materiales, y sin embargo permanecer angustiados e insatisfechos. Los entretenimientos ya no nos satisfacen, y no hay belleza que de algún modo no nos defraude; el amor es elusivo, y nada parece muy significativo ni digno. Simplemente zozobramos en nuestros problemas, buscando un método o técnica que alivie la tensión y la presión creadas por nuestros temores e inseguridades. Al final quizá sólo lloremos a solas.
En el océano hay rocas que han estado miles de años cubiertas por el agua, pero por dentro permanecen secas. Análogamente, podemos tratar de comprendernos a nosotros mismos sumergiéndonos en diversas ideas y filosofías, pero si nuestro corazón está frío y cerrado, el sentido real no nos toca de veras. No importa dónde estemos ni qué estemos haciendo: si no estamos abiertos, nadie, ni siquiera el mayor maestro, puede llegar a nosotros.
Aunque somos adultos, hay un niño en cada uno de nosotros. Ese niño quiere crecer, bailar, madurar, pero carece de la nutrición adecuada. El único modo que conoce de hallar satisfacción es mediante exigencias y apegos. Así, el yo respalda cada acto, dirigiendo, manipulando y poseyendo.
En ocasiones experimentamos alivio de nuestro descontento, pero pronto nuestros recuerdos crean nuevas ansias. Intentamos repetir experiencias pasadas, buscando nuevos modos de complacer o ser complacidos, de satisfacer o ser satisfechos; pero buena parte del tiempo la vida aún parece frustrante y desesperanzada. Aunque deseamos la felicidad, pocos alcanzamos esa meta a causa del ciclo aparentemente interminable de expectativas y decepciones. Pero este ciclo puede terminar. Si renunciamos a nuestros apegos y afanes, es posible crecer espiritualmente y encontrar un gozo genuino. Las abejas se alimentan del néctar de las flores; no se aferran a los capullos.
Existe un camino, un camino que prescinde del yo. Podemos simplemente ser. Podemos olvidar el yo, desecharlo, y relajarnos por completo. No es preciso pensar en "mi" ni en "ti" ni en lo que ganamos o perdemos; tan sólo podemos expandir nuestros sentimientos, nuestro relajamiento, nuestra calma y nuestra alegría. Podemos seguir expandiendo nuestra conciencia, libres del yo, libres de las expectativas, los juicios y las identificaciones. Cuando lo hagamos, comenzaremos a crecer de veras.
Una vez que reconocemos claramente que nuestras expectativas conducen sólo a la decepción y la frustración, ya no somos esclavos de nuestros afanes, y nos volvemos más abiertos a nuestras experiencias. Podemos hallar satisfacción en cualquier parte; un simple paseo puede complacernos más que cualquier otro entretenimiento. Pero si no abrimos el corazón, hay poca inspiración, luz interior o calidez para sostenernos, pues nos erosionamos constantemente.
En última instancia, nada puede ayudarnos demasiado a menos que demos el primer paso, nos escuchemos a nosotros mismos, nos demos aliento, y nos infundamos confianza refugiándonos en nuestro corazón.
Tarthang Tulku
A menudo, sin embargo, nuestro estudio o meditación establece un mero contacto superficial con nuestros pensamientos y sentimientos. No nos aceptamos tal cual somos, sino que pasamos la vida soñando, buscando placeres externos. Estas fantasías nos hipnotizan y nos impiden tocar nuestros sentimientos más interiores, sentimientos que luego se recubren con capas de decepción creadas por nuestras expectativas insatisfechas. Este fantaseo crea un abismo entre la mente y el cuerpo.
La vida parece vacía cuando nuestro corazón está cerrado. Podemos leer libros, pedir consejo a amigos y amantes, o buscar refugio en objetos materiales, y sin embargo permanecer angustiados e insatisfechos. Los entretenimientos ya no nos satisfacen, y no hay belleza que de algún modo no nos defraude; el amor es elusivo, y nada parece muy significativo ni digno. Simplemente zozobramos en nuestros problemas, buscando un método o técnica que alivie la tensión y la presión creadas por nuestros temores e inseguridades. Al final quizá sólo lloremos a solas.
En el océano hay rocas que han estado miles de años cubiertas por el agua, pero por dentro permanecen secas. Análogamente, podemos tratar de comprendernos a nosotros mismos sumergiéndonos en diversas ideas y filosofías, pero si nuestro corazón está frío y cerrado, el sentido real no nos toca de veras. No importa dónde estemos ni qué estemos haciendo: si no estamos abiertos, nadie, ni siquiera el mayor maestro, puede llegar a nosotros.
Aunque somos adultos, hay un niño en cada uno de nosotros. Ese niño quiere crecer, bailar, madurar, pero carece de la nutrición adecuada. El único modo que conoce de hallar satisfacción es mediante exigencias y apegos. Así, el yo respalda cada acto, dirigiendo, manipulando y poseyendo.
En ocasiones experimentamos alivio de nuestro descontento, pero pronto nuestros recuerdos crean nuevas ansias. Intentamos repetir experiencias pasadas, buscando nuevos modos de complacer o ser complacidos, de satisfacer o ser satisfechos; pero buena parte del tiempo la vida aún parece frustrante y desesperanzada. Aunque deseamos la felicidad, pocos alcanzamos esa meta a causa del ciclo aparentemente interminable de expectativas y decepciones. Pero este ciclo puede terminar. Si renunciamos a nuestros apegos y afanes, es posible crecer espiritualmente y encontrar un gozo genuino. Las abejas se alimentan del néctar de las flores; no se aferran a los capullos.
Existe un camino, un camino que prescinde del yo. Podemos simplemente ser. Podemos olvidar el yo, desecharlo, y relajarnos por completo. No es preciso pensar en "mi" ni en "ti" ni en lo que ganamos o perdemos; tan sólo podemos expandir nuestros sentimientos, nuestro relajamiento, nuestra calma y nuestra alegría. Podemos seguir expandiendo nuestra conciencia, libres del yo, libres de las expectativas, los juicios y las identificaciones. Cuando lo hagamos, comenzaremos a crecer de veras.
Una vez que reconocemos claramente que nuestras expectativas conducen sólo a la decepción y la frustración, ya no somos esclavos de nuestros afanes, y nos volvemos más abiertos a nuestras experiencias. Podemos hallar satisfacción en cualquier parte; un simple paseo puede complacernos más que cualquier otro entretenimiento. Pero si no abrimos el corazón, hay poca inspiración, luz interior o calidez para sostenernos, pues nos erosionamos constantemente.
En última instancia, nada puede ayudarnos demasiado a menos que demos el primer paso, nos escuchemos a nosotros mismos, nos demos aliento, y nos infundamos confianza refugiándonos en nuestro corazón.
Tarthang Tulku