Para el hombre sabio, la vida no es sino un concordar con los movimientos del cielo. La muerte, una face de ley universal del cambio. Si descansa, comparte los ocultos poderes de Yin; si trabaja, se balancea en el oleaje de Yang. No busca ganancias y no es herido por las pérdidas, responde sólo si le preguntan, se mueve, solamente si lo empujan. Olvida el saber de los libros y los artificios de los filósofos y obedece al ritmo de la naturaleza. Su vida es una barca que conducen aguas indiferentes. Su muerte, un reposo sin orillas. El agua es límpida si nada extraño a ella la enturbia; inmóvil, si nada la agita; si algo estorba su paso, deja de fluir, se alborota y pierde su transparencia. El hombre es como el agua...
Chuang-Tzu