Si centramos nuestra mente en el trabajo de observar nuestra ira, evitaremos ocasionar daños que posiblemente luego lamentaremos. Puede que nos guste salir fuera y practicar la meditación en movimiento. El aire fresco, los árboles verdes y las plantas nos ayudarán mucho. Cuando caminamos recitamos este verso:
- Inhalando.
sé que la ira todavía está aquí.
- Exhalando.
sé que la ira soy yo.
Y sé que la atención vigilante también soy yo.
- Inhalando.
sé que la ira es un sentimiento desagradable.
- Exhalando.
sé que este sentimiento ha nacido y morirá.
- Inhalando.
sé que puedo hacerme cargo de este sentimiento.
- Exhalando.
calmo este sentimiento.
La atención vigilante acoge al sentimiento como una madre coge en brazos a su hijo cuando llora y le transmite su afecto y cuidados. Si la madre pone todo su corazón y mente en cuidar de su bebé, éste sentirá toda la dulzura de la madre y se calmará. Del mismo modo, podemos aquietar el funcionamiento de nuestra mente.
A fin de aliviar la sensación desagradable que trae consigo la ira, entregamos todo nuestro corazón y nuestra mente a la práctica de la meditación caminando, combinando la respiración con los pasos y prestando toda la atención al contacto entre las plantas de nuestros pies y la tierra. Al cabo de un rato, nuestra ira se calmará y nos sentiremos más fuertes. Entonces podemos empezar a observar la ira y su verdadera naturaleza.
- Inhalando.
sé que la ira todavía está aquí.
- Exhalando.
sé que la ira soy yo.
Y sé que la atención vigilante también soy yo.
- Inhalando.
sé que la ira es un sentimiento desagradable.
- Exhalando.
sé que este sentimiento ha nacido y morirá.
- Inhalando.
sé que puedo hacerme cargo de este sentimiento.
- Exhalando.
calmo este sentimiento.
La atención vigilante acoge al sentimiento como una madre coge en brazos a su hijo cuando llora y le transmite su afecto y cuidados. Si la madre pone todo su corazón y mente en cuidar de su bebé, éste sentirá toda la dulzura de la madre y se calmará. Del mismo modo, podemos aquietar el funcionamiento de nuestra mente.
A fin de aliviar la sensación desagradable que trae consigo la ira, entregamos todo nuestro corazón y nuestra mente a la práctica de la meditación caminando, combinando la respiración con los pasos y prestando toda la atención al contacto entre las plantas de nuestros pies y la tierra. Al cabo de un rato, nuestra ira se calmará y nos sentiremos más fuertes. Entonces podemos empezar a observar la ira y su verdadera naturaleza.
Nuestra ira está anclada en la falta de comprensión de nosotros mismos y de las causas, firmemente arraigadas e inmediatas, que han provocado este desagradable estado. La ira también tiene raíces en el deseo, el orgullo, la agitación y la sospecha. Nuestra forma de hacer frente a las cosas a medida que van surgiendo refleja nuestro estado de entendimiento, así como nuestro estado de confusión. Las principales raíces de nuestra ira están en nosotros mismos. Nuestro entorno y las otras personas son sólo raíces secundarias.
Sabemos que no podemos comer patatas sin cocinarlas primero. Llenamos de agua la cazuela, ponemos la tapa y encendemos el fuego. La tapadera que mantiene el calor dentro, es el poder de concentración -no hablar, no escuchar, no hacer nada en absoluto, sino sólo concentrar toda nuestra mente en la respiración- . Tan pronto como la olla esté en el fuego, el agua empieza a calentarse. Cuando practicamos la respiración consciente, aunque la ira todavía esté presente, está acompañada de la atención vigilante, el fuego que está debajo de las patatas. La ira -las patatas- han empezado a transformarse. Media hora después, las patatas están cocidas y nuestra ira se ha transformado. Podemos sonreír y sabemos que entendemos las raíces de nuestra ira y que podemos ver a la persona que la ha precipitado.
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Para poder realizar el estado de ausencia de ira en nuestra mente consciente y subconsciente, hemos de practicar la meditación en el amor y la compasión.
Thich Nhat Hanh