jueves, 14 de febrero de 2013

EL DHARMA NATURAL (FRAGMENTO)

La cuestión principal en la meditación es la necesidad de llegar a conocerse uno mismo: nuestra mente, nuestro comportamiento, nuestro ser. Veis, pensamos que nos conocemos, pero en realidad no es así. Existen todo tipo de áreas inexploradas de nuestros pensamientos y acciones, así pues lo que descubrimos en nosotros puede ser bastante increíble.
Chögyam Tungpa

Meditación, a menudo significa "meditar en"algo, pero en este caso me refiero a un estado de meditación sin ningún contenido. Para experimentar este estado es necesario practicar lo que se conoce como "prestar atención". Simplemente estamos atentos a nuestra respiración, mientras inspiramos y espiramos, y a cada detalle de nuestra mente, tanto si se trata de un esquema de pensamiento de agresividad, de pasión o de ignorancia, o simple parloteo mental sin importancia. Prestar atención también significa estar atentos a los detalles de cada acción como, por ejemplo, al modo cómo abrimos la mano para coger un vaso. Vemos cómo lo levantamos, cómo toca nuestros labios y cómo bebemos entonces el agua. (Rimpoche toma un sorbo de su vaso). Así pues, cada detalle se observa con precisión, lo que no nos hace especialmente conscientes de nosotros mismos, sino que nos produce un impacto, es algo muy real. Cuando la atención empieza a crecer y expandirse, nos volvemos más atentos respecto a nuestro entorno, a algo más que el cuerpo y la mente solamente. Y entonces, en un momento dado, prestar atención y darse cuenta se unen y se convierten en un solo ojo abierto, en una gran precisión.
En ese instante, la persona se vuelve mucho menos tosca. Al estar atenta a sus pensamientos y acciones, se vuelve más cuidadosa.
De esta precisión y cuidado surge la apacibilidad. No sólo prestamos atención, sino que también somos conscientes de nuestro propio dolor y placer, y desarrollamos una empatía y una amistad hacia uno mismo. A partir de aquí podemos comprender, o al menos ver, el dolor y el sufrimiento de los demás, y empezamos a desarrollar una enorme empatía hacia ellos. Al mismo tiempo, esta empatía también ayuda a que el proceso de prestar atención y darse cuenta se desarrolle aún más.
Fundamentalmente, uno se vuelve una persona apacible.
Empezamos a percatarnos de que somos buenos: una persona completamente buena, plenamente sana. Adquirimos confianza en nosotros y en el mundo. Vemos que hay algo a lo que agarrarnos, y así surge la noción de un camino o viaje. Sentimos que queremos hacer algo por los demás y por nosotros mismos. Surge en nosotros una amabilidad, una bondad y una autenticidad universales.
Cuando  experimentamos esta precisión y apacibilidad, ya no vemos el mundo fenoménico como un obstáculo ni, por cierto, tampoco como de especial ayuda. Lo vemos y lo apreciamos tal cual es. En este momento somos capaces de transmutar las distintas obnubilaciones de la pasión, la agresividad y la ignorancia en un estado de sabiduría. Así, por ejemplo, cuando surge la agresividad, simplemente la observamos, en lugar de dejarnos arrastrar por ella o de ponerla en acción. 
Cuando miramos la agresividad en sí, ésta se convierte en un espejo que refleja nuestro rostro. Entonces, nos damos cuenta de que la agresividad no tiene objeto alguno, no hay nada hacia lo que ser agresivo. En ese momento, la agresividad en sí se calma, pero su fuerza o energía se conserva como algo positivo. Se convierte en sabiduría. Aquí, sabiduría es la ausencia de ego, un estado de simplemente ser.
A lo largo de todo este proceso se requiere un cierto grado de prestar atención y darse cuenta, es obvio, pero uno desarrolla de forma natural el hábito de ver cualquier obnubilación que surja simplemente tal cual es, incluso si sólo se trata de un vislumbre. Entonces empezamos a liberarnos de la ansiedad y a obtener un estado mental que no es necesario cultivar y que ya no se puede perder. Experimentamos un estado natural de gozo. No es que estemos siempre sonrientes y alegres, o que estemos en un estado de éxtasis místico. Sentimos el sufrimiento de los demás. En los textos se dice que la sensibilidad del buddha hacia el dolor y el sufrimiento de los demás, comparada con la sensibilidad de una persona corriente, es como la diferencia entre tener un cabello en el ojo y tenerlo en la palma de la mano. Así pues, este gozo hace referencia a una dicha completa, a tener una percepción completa de "lo que es". Por tanto, somos capaces de ayudar a los demás, somos capaces de ayudarnos a nosotros mismos y somos capaces de transmitir por doquier esta percepción de lo que es, que todo lo abarca y que ni viene ni va.

Chögyam Trungpa

Fragmento escogido del libro Nuestra Salud Innata.