La consideración interior es señal de debilidad interior, y se debe a menudo en su mayor parte a nuestro temor hacia otra gente. Es asombroso ver lo que nos atemorizan a nosotros, seres humanos, nuestros semejantes. Controlados y cegados como lo estamos por estas compulsiones interiores, sería absurdo, por lo tanto, que nos imagináramos que en nuestro nivel común de ser somos capaces de comprender a otras personas, y ni hablar de proporcionarles ayuda alguna. No podemos ni siquiera ver a la otra persona tal como es, sino sólo como aparece a través de los vidrios deformantes de nuestros variados gustos y rechazos, prejuicios y aversiones. Nadie es capaz de penetrar en otra persona ni corresponderla, a menos que haya penetrado antes en sí mismo y se haya comprendido a sí mismo; y aun cuando posea este conocimiento de sí, un hombre puede frecuentemente cometer errores. Todavía me siento apabullado ante lo poco que soy capaz de ver de la persona con quien estoy hablando, y de mi incapacidad para sentirla. Conversamos juntos y hasta de cosas íntimas, pero como completos extraños entre nosotros.
La consideración exterior es precisamente lo opuesto a la consideración interior, y sería el justo antídoto para esta última, sólo con que pudiéramos ingeniarnos para producirla cuando es necesaria. Pero la consideración exterior es una faena extremadamente difícil, tan difícil de producir en nosotros mismos como lo es la autorecordación. Exige una actitud y una relación enteramente distinta hacia la gente, es decir, una preocupación por su bienestar, en lugar del nuestro. El hombre que considera lo exterior hace lo posible por comprender a la otra persona y ver cuáles son sus necesidades, y solamente puede proceder de ese modo cuando deja completamente de lado sus propias necesidades. La consideración exterior exige del hombre que la practica mucho conocimiento y otro tanto de control de sí mismo, y esto significa que nunca puede ocurrir automáticamente en estado de sueño, sino que es necesario un estado que se aproxime a la autorecordación. Ninguna persona que considera lo exterior puede jamás hablar a otra persona "por su bien", o para "ponerlo bien", o para "explicarle su propio punto de vista", pues la consideración exterior no formula demandas ni tiene requisitos que no sean los de la persona a quien uno se dirige.
No permite ningún pensamiento de superioridad por parte de la persona que está considerando en lo exterior, pues lo que ésta trata de hacer es colocarse en el lugar del otro hombre con el fin de poder descubrir sus necesidades. Esto hace necesario el abandono de hasta el último vestigio de autoidentificación y, a fin de que la otra persona pueda ser vista tal como verdaderamente es, los deformantes anteojos de la personalidad, con todos sus gustos y rechazos subjetivos, tienen que ser dejados de lado a fin de poder enfocarla en forma tan objetiva como sea posible.
P. D.Ouspensky
La consideración exterior es precisamente lo opuesto a la consideración interior, y sería el justo antídoto para esta última, sólo con que pudiéramos ingeniarnos para producirla cuando es necesaria. Pero la consideración exterior es una faena extremadamente difícil, tan difícil de producir en nosotros mismos como lo es la autorecordación. Exige una actitud y una relación enteramente distinta hacia la gente, es decir, una preocupación por su bienestar, en lugar del nuestro. El hombre que considera lo exterior hace lo posible por comprender a la otra persona y ver cuáles son sus necesidades, y solamente puede proceder de ese modo cuando deja completamente de lado sus propias necesidades. La consideración exterior exige del hombre que la practica mucho conocimiento y otro tanto de control de sí mismo, y esto significa que nunca puede ocurrir automáticamente en estado de sueño, sino que es necesario un estado que se aproxime a la autorecordación. Ninguna persona que considera lo exterior puede jamás hablar a otra persona "por su bien", o para "ponerlo bien", o para "explicarle su propio punto de vista", pues la consideración exterior no formula demandas ni tiene requisitos que no sean los de la persona a quien uno se dirige.
No permite ningún pensamiento de superioridad por parte de la persona que está considerando en lo exterior, pues lo que ésta trata de hacer es colocarse en el lugar del otro hombre con el fin de poder descubrir sus necesidades. Esto hace necesario el abandono de hasta el último vestigio de autoidentificación y, a fin de que la otra persona pueda ser vista tal como verdaderamente es, los deformantes anteojos de la personalidad, con todos sus gustos y rechazos subjetivos, tienen que ser dejados de lado a fin de poder enfocarla en forma tan objetiva como sea posible.
P. D.Ouspensky