Por Miguel Fochesatto
Estos son algunos fragmentos del libro "Gurdjieff - Más allá de los muros -, en donde su autor Michel Waldberg hace unas analogías que me parecen muy interesantes entre la enseñanza del Sr. Gurdjieff y varios escritores, entre ellos poetas como Baudelaire, Rimbaud, André Breton que, personalmente, desde una temprana juventud hasta hoy día, sigo leyendo y releyendo con admiración, respeto y un enorme agradecimiento, puesto que en mí, han influido de una manera determinante, para despertar un genuino interés en la búsqueda de nuestro verdadero ser.
Waldberg en su texto nos recuerda:
Gurdjieff nos dice: "los hombres no son hombres". Afirmación escandalosa, por así decirlo. Ya que jamás hemos puesto en duda nuestra humanidad. La hemos calificado de pecadora, sin duda, pero siempre hemos pensado que por graves que sean nuestras debilidades, somos capaces de tomar conciencia de ellas y de actuar con el fin de corregirlas. Esta capacidad de comprender y de hacer, Gurdjieff nos la niega. Considerando lo habitual como accidental, no hemos creído realmente en el "horror de la situación". Pero lo habitual es la locura, la impotencia. Creemos que son fortuitas y que con todos sus altibajos, la humanidad progresa; que la guerra, por ejemplo, es un fenómeno excepcional y cuando aparece un maestro que nos dice que la mayoría de los hombres son máquinas irresponsables, totalmente sometidas a sus propios automatismos, incapaces de desarrollar en sí mismas ni siquiera un embrión de alma, nos rebelamos. Porque tales propósitos destruyen las ideas humanistas que estamos acostumbrados a alimentar, por pesimistas que seamos. Es que no hemos escuchado la lección de los maestros.
No hemos escuchado, para no citar sino a algunos, a Chateaubriand, a Balzac, a Baudelaire, a Lautrémont, a Rimbaud. Realmente, no hemos tomado en serio el grito de alerta de Breton. A estos autores los hemos querido con un amor sentimental, admirados por la belleza de su estilo o la nobleza de sus pasos... No los hemos escuchado.
Gurdjieff no agrega nada a lo que ya habían dicho:
La necedad, el yerro, el pecado, la roña,
Ocupan nuestras almas, trabajan nuestros cuerpos;
Así nutrimos nuestros blandos remordimientos
Como mendigos alimentan su mugre.
Nuestro pecado es terco, nuestra conciencia floja;
Con creces nos hacemos pagar lo confesado,
Y alegres retornamos al camino fangoso,
Creyendo nuestras culpas, lavar con viles llantos.
(Son las primeras estrofas de Las Flores del Mal)
Y deberíamos también escuchar a Lautréamont:
"He visto durante toda mi vida hombres de poco criterio sin excepción alguna, cometer numerosos actos estúpidos y embrutecer a sus semejantes y por todos los medios pervertir sus almas. Y los motivos de sus acciones los llaman: gloria".
O aún más, el grito de Rimbaud, en la Lettre du Voyant:
"Si los viejos imbéciles hubieran encontrado al menos el falso significado del Yo, no tendríamos que barrer los millones de esqueletos que han acumulado desde largo tiempo, los productos de su inteligencia ciega, proclamándose ¡sus autores!".
También Baudelaire, en su diario íntimo, escribía:
"Es imposible hojear un periódico cualquiera, de cualquier día, mes o año, sin encontrar en cada línea los signos de la perversidad humana más espantosa; al mismo tiempo que las presunciones más sorprendentes de integridad, de bondad y de caridad; las afirmaciones más desvergonzadas con relación al progreso y a la civilización".
"Todo diario desde la primera hasta la última línea no es sino un tejido de horrores. Guerras, robos, obscenidades, torturas, crímenes de príncipes, de naciones, de particulares, una embriaguez de atrocidad universal".
"Y es con este repugnante aperitivo que el hombre civilizado acompaña su comida cada mañana. Todo en el mundo exuda el crimen: el diario, la muralla y el rostro del hombre".
"No comprendo que una mano pura pueda tocar un diario sin una convulsión de asco".
Y Waldberg nos dice... Los poetas, es decir los videntes, los clarividentes, no se equivocaron, ni se han acunado con la nefasta ilusión del progreso. Pero han muerto. Murieron de hambre y de sed, sin las cuales, nos dice Gurdjieff, nadie puede encontrar el camino. Murieron asesinados por aquellos que, deformados de orgullo y de dureza, ignoran o niegan la existencia del camino, convencidos de tener un alma, a la que una apariencia de moral y sacramentos, le conferirían una bienaventurada inmortalidad.
Gurdjieff dice lo mismo, al descubrir a aquellos que llama "los seres tricerebrales del planeta tierra".
"En cuanto al psiquismo de estos seres tricerebrales, presenta, en sus rasgos principales, las mismas particularidades, sea cual fuere el lugar de la superficie del planeta donde hayan venido al mundo. Y entre estas particularidades, hay una muy específica que hace de este infortunado planeta, en todo el Universo, el único donde se efectúa el terrible proceso llamado "proceso de destrucción mutua" o como se dice allá, la "guerra"".
"Además de esa propiedad dominante de su psiquismo, se cristalizan completamente en cada uno de ellos, sea cual fuere el lugar de su concepción y de su existencia, hasta llegar a ser parte integrante de su presencia, unas funciones que existen allá con el nombre de "egoísmo", "amor propio", "vanidad", "orgullo", "presunción", "credulidad", "sugestibilidad", y aún otras igualmente anormales e indignas de cualquier ser tricerebral".
Luego de traernos estas palabras de Gurdjieff, Waldberg concluye comentando que... La humanidad, por lo tanto, no tiene dignidad y no puede conquistar la libertad sino bajo la condición de tomar conciencia de su indignidad:
Dice Gurdjieff: "La individualidad, un "Yo" único y permanente, la conciencia, la voluntad, la capacidad de hacer, un estado de libertad interior, ninguna de estas cualidades pertenece al hombre ordinario... El hombre debe darse cuenta de que él no existe, debe darse cuenta de que no puede perder nada, que no tiene nada que perder, debe darse cuenta de su nadidad en el sentido más fuerte de esta palabra".
Y seguido a este fragmento, Waldberg nos sigue diciendo: "esta es la lección fundamental de la enseñanza de Gurdjieff, previa a todo trabajo serio en el dominio espiritual".
La verdad, es que personalmente, siento una gran alegría en haberme animado a compartir alguno de estos fragmentos, que Waldberg nos trae en este libro tan bellamente escrito, porque ellos me permitieron comparar, ver la similitud, los puntos de conexión que poseen algunos textos de grandes escritores tan caros para mí, con esta maravillosa enseñanza que nos trajo el Sr. Gurdjieff.
M. F.