lunes, 22 de abril de 2013

Dos poemas de Alberto Caeiro

POEMA XLVII

Un día excesivamente nítido,
día en que daban ganas de haber trabajado mucho
para no trabajar nada,
entreví, como un camino entre los árboles,
lo que tal vez sea el Gran Secreto,
aquel  Gran Misterio de que los poetas falsos hablan.

Vi que no hay naturaleza
que naturaleza no existe,
que hay montes, valles, llanuras,
que hay árboles, flores, hierbas,
que hay rios y piedras,
pero que no hay un todo a que eso pertenezca,
que un conjunto real y verdadero
es una enfermedad de nuestras ideas.
La Naturaleza es partes sin un todo.
Esto es tal vez el misterio de que hablan.

Fue esto lo que sin pensar ni parar
acerté que debía ser la verdad
que todos andan buscando y que no encuentran,
y que sólo yo, porque no fui a buscarla, encontré.

                                                                                  POEMA XLVIII

Desde la más alta ventana de mi casa
con un pañuelo blanco digo adiós
a mis versos que parten hacia la humanidad.

Y no estoy triste ni alegre.
Ese es el destino de los versos.
Los escribí y debo enseñárselos a todos
porque no puedo hacer lo contrario,
como la flor no puede ocultar el color,
ni el río ocultar que corre,
ni el árbol ocultar que da fruto.

Helos ahí que ya van lejos como en la diligencia
y sin quererlo siento pena
como un dolor en el cuerpo.

¿Quién sabe quién los leerá?
¿Quién sabe a qué manos irán?

Flor, me tomó mi destino para los ojos.
Árbol, me arrancaron los frutos para las bocas.
Río, el destino de mi agua era no permanecer en mí.
Me someto y me siento casi alegre,
casi alegre como quien se cansa de estar triste.

Idos, idos de mí.
Pasa el árbol y queda disperso en la Naturaleza.
Se marchita la flor y su polvo dura siempre.
Corre el río y entra en el mar y su agua es siempre
          la que fue suya.

Paso y permanezco, como el Universo.



Fernando Pessoa