por Maurice Nicoll
El sentido que ordinariamente tenemos de nuestra propia existencia deriva de las cosas externas. Tratamos de presionar sobre el mundo visible, procuramos sentirnos a nosotros mismos en lo que yace fuera de nosotros: en el dinero, en las posesiones, en las ropas, en la situación. En una palabra, tratamos de salir fuera de nosotros. Sentimos que aquello de que carecemos se encuentra fuera de nosotros, en el mundo que nos muestran los órganos de los sentidos. y es solamente natural que así sea, por cuanto el mundo de los sentidos es tan obvio. Pensamos en términos de este mundo, por así decirlo, y pensamos hacia él. Nos parece que la solución de nuestras dificultades yace en el mundo exterior, en la adquisición o en el logro de algo, en recibir honores, etc. Lo que es más, ni siquiera accedemos fácilmente a apoyar una insinuación acerca de nuestra invisibilidad. Ni reflexionamos que a la vez de que estamos relacionados a un mundo obvio y a través de los sentidos, podemos, también, estar relacionados a otro mundo no tan obvio a través de la "comprensión". Y este mundo es tan complejo y tan diverso como el que nos presentan los sentidos.
Y también tiene muchos lugares deseables e indeseables.
El hombre piensa que el mundo exterior es el más familiar, el más fácil, el que más le satisface, el que es más real y el que más facilmente alcanza a uno. ¿Pero no viene a ser, a la larga, el más extraño, el más incomprensible y el menos satisfactorio? ¿Puede alguno de vosotros comprender directamente, o poseer, o alcanzar aun el más simple de los objetos que yacen en el mundo exterior? Si es que ya sabéis algo acerca de vuestra propia invisibilidad por cierto que no podréis hacerlo. Karl Barth dice: "Los hombres sufren porque llevando en sí mismos un mundo invisible, se encuentran que este mundo inobservable está frente a este otro mundo tangible, extraño, externo, desesperadamente visible, dislocado, cuyos fragmentos se dan empellones, y que, sin embargo, es poderosamente fuerte, extrañamente amenazador y hostil".
En verdad nos hallamos en un mundo tan desesperadamente extraño, en una tierra tan desconocida, que bien podemos preguntarnos cómo ha sido posible que creyésemos haber estado evolucionando mecánicamente a través de millones de años tan sólo a fin de estar directamente en él, y ser directamente él.
Si es cierta la doctrina de la potencialidad o posibilidades, y si es cierto que el hombre es un ser incompleto, pero capaz de alcanzar otros estados de sí mismo, cualquier sistema psicológico que no considere estas posibilidades tiene que ser necesariamente inadecuado. Tiene, en verdad, que ser de un carácter negativo.
No bastará tomar la vida conocida por sí sóla. Un sistema psicológico positivo, como el que le es inherente al cristianismo, tiene que enseñar que el hombre puede ser diferente y ha de cimentarse en la opinión, en el conocimiento efectivo, de que el hombre es capaz de una clase muy precisa de desarrollo, que la mera respuesta a la vida conocida no puede proporcionarle, y que, por lo mismo, puede ocurrir en el hombre una transformación igualmente precisa.
Fragmentos del libro "El tiempo vivo" de la Editorial Yug
El sentido que ordinariamente tenemos de nuestra propia existencia deriva de las cosas externas. Tratamos de presionar sobre el mundo visible, procuramos sentirnos a nosotros mismos en lo que yace fuera de nosotros: en el dinero, en las posesiones, en las ropas, en la situación. En una palabra, tratamos de salir fuera de nosotros. Sentimos que aquello de que carecemos se encuentra fuera de nosotros, en el mundo que nos muestran los órganos de los sentidos. y es solamente natural que así sea, por cuanto el mundo de los sentidos es tan obvio. Pensamos en términos de este mundo, por así decirlo, y pensamos hacia él. Nos parece que la solución de nuestras dificultades yace en el mundo exterior, en la adquisición o en el logro de algo, en recibir honores, etc. Lo que es más, ni siquiera accedemos fácilmente a apoyar una insinuación acerca de nuestra invisibilidad. Ni reflexionamos que a la vez de que estamos relacionados a un mundo obvio y a través de los sentidos, podemos, también, estar relacionados a otro mundo no tan obvio a través de la "comprensión". Y este mundo es tan complejo y tan diverso como el que nos presentan los sentidos.
Y también tiene muchos lugares deseables e indeseables.
El hombre piensa que el mundo exterior es el más familiar, el más fácil, el que más le satisface, el que es más real y el que más facilmente alcanza a uno. ¿Pero no viene a ser, a la larga, el más extraño, el más incomprensible y el menos satisfactorio? ¿Puede alguno de vosotros comprender directamente, o poseer, o alcanzar aun el más simple de los objetos que yacen en el mundo exterior? Si es que ya sabéis algo acerca de vuestra propia invisibilidad por cierto que no podréis hacerlo. Karl Barth dice: "Los hombres sufren porque llevando en sí mismos un mundo invisible, se encuentran que este mundo inobservable está frente a este otro mundo tangible, extraño, externo, desesperadamente visible, dislocado, cuyos fragmentos se dan empellones, y que, sin embargo, es poderosamente fuerte, extrañamente amenazador y hostil".
En verdad nos hallamos en un mundo tan desesperadamente extraño, en una tierra tan desconocida, que bien podemos preguntarnos cómo ha sido posible que creyésemos haber estado evolucionando mecánicamente a través de millones de años tan sólo a fin de estar directamente en él, y ser directamente él.
Si es cierta la doctrina de la potencialidad o posibilidades, y si es cierto que el hombre es un ser incompleto, pero capaz de alcanzar otros estados de sí mismo, cualquier sistema psicológico que no considere estas posibilidades tiene que ser necesariamente inadecuado. Tiene, en verdad, que ser de un carácter negativo.
No bastará tomar la vida conocida por sí sóla. Un sistema psicológico positivo, como el que le es inherente al cristianismo, tiene que enseñar que el hombre puede ser diferente y ha de cimentarse en la opinión, en el conocimiento efectivo, de que el hombre es capaz de una clase muy precisa de desarrollo, que la mera respuesta a la vida conocida no puede proporcionarle, y que, por lo mismo, puede ocurrir en el hombre una transformación igualmente precisa.
Fragmentos del libro "El tiempo vivo" de la Editorial Yug