domingo, 20 de enero de 2013

La Guerra Santa de René Daumal -primera face-


Voy a escribir un poema sobre la guerra. Tal vez no sea un verdadero poema, pero será sobre una verdadera guerra.
No será un verdadero poema, porque si el verdadero poeta estuviese aquí, y el ruido se expandiese entre la multitud a la que pensaba hablar, se haría un gran silencio; primero se inflaría un silencio pesado, un gran silencio de mil truenos.
Visible, veríamos al poeta; vidente, él nos vería; y palidecerían nuestras pobres sombras, lo odiaríamos por ser tan real, nosotros los débiles, los enojados, nosotros los toda-cosa.
Estaría aquí, agotado por los mil truenos de la multitud de enemigos que contiene -porque los contiene y los satisface cuando quiere- incandescente de dolor y de sagrada cólera, pero tan tranquilo como un pirotécnico, 
y abriría en el gran silencio una pequeña canilla, la muy pequeña canillita del molino de palabras,
y de allí saldría un poema, un poema tal que nos haría poner verdes.
Lo que voy a hacer no será un verdadero poema poético de poeta, porque si la palabra "guerra" fuese pronunciada en un verdadero poema, la guerra, la verdadera guerra de la que hablaría el poeta,  la guerra sin piedad, la guerra sin compromiso, se encendería definitivamente en nuestros corazones.
Porque en un verdadero poema las palabras tienen sus cosas.
Tampoco será un discurso filosófico. Porque para ser filósofo, para amar a la verdad más que a uno mismo, hay que estar muerto para el error, hay que haber matado a las traidoras complacencias del sueño y de la ilusión cómoda. Y eso es el fin y la finalidad de la guerra, y la guerra apenas ha comenzado, y todavía hay que desenmascarar a los traidores.
Y tampoco será obra de ciencia. Porque para ser científica, para ver y amar a las cosas tal cual son, hay que ser uno mismo, y amar es verse tal cual uno es. Hay que haber roto los espejos mentirosos, hay que haber matado con una mirada despiadada a los fantasmas insinuantes. Y ese es el fin y la finalidad de la guerra, y la guerra apenas ha comenzado, y todavía hay que arrancar algunas máscaras.
Y no será un canto entusiasta. Porque el entusiasmo es estable cuando el dios se ha levantado, cuando los enemigos ya no son sino fuerzas sin formas, cuando el alboroto de la guerra tañe a todo trapo, y la guerra apenas ha comenzado, y nosotros todavía no arrojamos al fuego nuestro juego de cama.
Tampoco será una invocación mágica, porque el mago dice a su dios: "Haz lo que me gusta", y se niega a hacer la guerra a su peor enemigo, si el enemigo le gusta; y sin embargo no será un ruego de creyente, porque el creyente dice a su dios: "haz lo que quieras", y para eso tuvo que poner hierro y fuego en las entrañas de su más querido enemigo, y eso es el hecho de la guerra, y la guerra apenas ha comenzado.
Será un poco todo eso, un poco de esperanza y un poco de esfuerzo hacia todo eso, y también será un llamado a las armas. Un llamado que el juego de los ecos podrá devolverme, y que tal vez otros escuchen. 
Ahora pueden adivinar de qué guerra quiero hablar.
No hablaré de las otras guerras -de aquellas que sufrimos-. Si hablara de ellas, sería literatura común, un sustituto, un a-falta-de, una excusa, así como me ocurrió emplear la palabra "terrible" cuando aún no tenía la carne de gallina. Así como usé la palabra "reventar de hambre" cuando aún no había llegado a robar en los escaparates. Así como hablé de locura antes de haber intentado mirar el infinito por el ojo de la cerradura; así como hablé de muerte, antes de que mi lengua hubiese probado el gusto de la sal y de lo irreparable. Así como algunos que siempre se consideraron superiores al cerdo doméstico hablan de pureza. Así como quienes adoran y repintan sus cadenas hablan de libertad, y algunos que sólo aman a la sombra de sí mismos hablan de amor, o de sacrificio quienes no serían capaces de cortarse el dedo más chiquito. O de conocimiento quienes se disfrazan ante sus propios ojos. Así como nuestra gran enfermedad es hablar para no ver nada.
Sería un sustituto impotente, como los viejos y los enfermos, que hablan con gusto de los golpes que dan o reciben los jóvenes elegantes.
¿Tengo derecho, entonces, a hablar de la otra guerra -de aquella que no se sufre solamente- cuando tal vez no esté irremediablemente encendida en mí, cuando todavía estoy en las escaramuzas? Sí, tal vez no tenga derecho. Pero "tal vez no tanga derecho" también quiere decir "a veces el deber", y sobre todo, la "necesidad", porque nunca tendré demasiados aliados.
Intentaré, entonces, hablar de la guerra santa.

René Daumal